Enamorarse

EnamorarseNo hay ni edad máxima ni crédito limitado. Cuando el amor llega de nuevo, todo se pone patas arriba, todo cambia en nuestra vida. “Todavía vuelvo a sentirme tremblar, estoy deseando bajar las escaleras para reunirme con él, como si mi vida dependiera de eso. Tenía la impresión de tener catorce años”, recuerda Cécile, maravillada de haberse sentido de nuevo enamorada a la edad de cuarenta y cinco años. Ella creía que esto no le llegaría ya a suceder, después de haber fracasado en su relación con los hombres. Pensaba que esos sentimientos estaban reservados para gente más jóven y más ingenua que ella. Con Franck, todo volvió, como por arte de magia, estaba dispuesta a zambullirse, a tirarse sin red, porque a pesar de los fracasos vividos, con él se sentía feliz.

Enamorarse, ser subyugada, ser transportada. Están las que desean esto y las que extienden su pararrayos por miedo al fracaso.

“Yo que había sido siempre consejera en amor, incapaz de experimentar este género de emociones, me encontré como la heroína perfecta de una novela de Harlequin”, cuenta Marie, eterna “racional”, enamorada por primera vez en treinta años. “Alex despertó en mí todos los síntomas que había despreciado tanto: el corazón que palpita alocado, reírse por todo y esa necesidad de saber, sin interrupción, lo que él hacía o dónde estaba. Era como una caída vertiginosa que no podía evitar. Al principio me sentía vulnerable. Vivía cada día con la angustia de perderle, el temor para que se cansara y desapareciera”.

“Creía que yo ya estaba blindada para el amor, recuerda Chantal, de cuarenta y nueve años de dad. Me creía fuera de peligro y Luc entró en mi existencia. De hecho, no se parecía a otros hombres de mi vida, la emoción no era la misma, me zambullí poco a poco por correos electrónicos, yo qué jamás había coqueteado vía Internet. Cuando finalmente reconocí síntomas como euforia, ganas de vivir, me di cuenta que estaba enamorada”.

El enamoramiento y la fuerza del deseo

EnamorarseRemolino, euforia, vértigo, droga, embriaguez, es todo el vocabulario del cataclismo y de la dependencia que se siente, intentando poner palabras sobre este estado de enamoramiento largamente descrito por el sociólogo Francesco Albe-roni en su libro “El choque amoroso”. La chispa de ese momento milagroso en el que todo es posible. Es un trastorno radical de la sensibilidad, del espíritu y del corazón, en el que dos seres diferentes, escriben un “te quiero”. Es una necesidad, un deseo violento, pero al mismo tiempo el olvido de uno mismo.

¿Cuestión de hormonas? Numerosos científicos y pensadores intentaron descifrar el misterio. Lucy Vincent, especialista de la neurobiología del amor, afirma que este sentimiento es una trampa de la naturaleza para empujarnos a reproducirnos, un proceso químico breve. Un cóctel sutil de neurotransmisores (testosterona, ocytocine, lulibérine, dopamina, endorfinas) que nos hace desear, gozar, atrevernos.

En el momento del choque amoroso, producimos sustancias euforizantes que aceleran el circuito natural del placer y nos dan deseos de gustar todavía más, explica Michel Reynaud, psiquiatra y profesor de psiquiatría, especialista en adicciónes. En cuanto estas hormonas son liberadas, procuramos reactivarlas cueste lo que cueste. Somos programados para ser cegados por el amor, porque estamos acondicionados por la necesidad de impulsar la vida y la reproducción de la especie humana. La genética y la biología nos lo explican.

¿Por qué deseamos el amor? Se interroga la filósofa Olivia Gazalé. Por mil y una razones que no sólo son químicas. Hay algo divino en el estado amoroso. Es un arranque extraordinario que nos transporta de la tierra hacia el cielo. Un momento en el que todo toma sentido y nos sentimos reconocidos. El choque amoroso es un choque metafísico que provoca la caída de las fortificaciones interiores que se había erigido para protegerse. Desestabilizados, bajamos la guardia y todas las murallas se hunden. Entramos entonces en un momento de renacimiento donde nos descubrimos como otro.

El amor es un perfume de primavera

la-fuerza-del-deseoDesde el primer momento es un renacimiento, un nuevo modo de comportarse con el mundo, separado de la familia, amigos, el pasado, una revolución, y cada vez que esto empieza de nuevo, es la vida la que vuelve, el  árbol que brota, la flor que nace. La primavera.

Clara, sucumbió de nuevo, con 55 años. Como si nada hubiera existido antes. Como si fuera la primera vez. Marc no era mi estilo de hombre pero reconocí los signos: el pensar siempre en el otro, el calor que se siente cuando te roza, los enrojecimientos, la risa tonta, la necesidad de hablar de ello a todo el mundo, de verle, de oírle. Estaba bien antes mi vida pero de repente la sangre latía por mis venas con más fuerza, me sentía viva.

Mientras que estuvo casada y aparentemente tranquila con su vida equilibrada, Sara decidió ser infiel a su pareja con Julien semanas después de haber encontrado a Max, un antiguo compañero del liceo. “Como una evidencia comprendí que le quería y que no podía vivir sin Max. Me había despertado. No creo en los cuentos de hadas, pero presentí que gracias a él todo iba a cambiar. Hoy, Julien y yo estamos divorciados. Sé que le hice mucho sufrir pero no tuve elección. Quedarme con él habría sido un sacrificio para mi. Con Max no hablo de futuro, disfrutamos el presente y jamás me sentí tan viva. Sé que estoy con él por buenas razones”.

Un gusto de abandono

El amor, a menudo, actúa como algo revelador que llega por casualidad, comenta la psicoanalista Sofía Cadalen. Es un disparador que pone patas arriba todo a su paso, un impulso vital que nos da fuerza para revolver la vida de pareja. Aunque el estado amoroso no desemboca forzosamente en algo sostenible, es la ocasión de aprender sobre lo que se quiere o no se quiere más, un estado pasajero que permite encontrar el coraje de acercarse a la persona que verdaderamente queremos. Un estado que barre todo.

Estamos enamorados cuando estamos dispuestos a transformarnos, a abandonar una experiencia ya vivida, cuando tenemos el impulso vital necesario para comenzar una nueva experiencia que cambiará nuestra vida, explica Francesco Alberoni. No podemos provocar el estado amoroso, confirma Sofía Cadalen. Esto no se controla. Para enamorarse, hay que abandonar la búsqueda voluntaria y esperar a que llegue.

La felicidad del renacimiento

Hay amores que ruedan cuesta abajo en los peores momentos o pasiones que renacen de cenizas que se consideraban definitivamente apagadas. A la edad de cuarenta y seis años, Julie llevaba una vida de madre soltera tranquila. Había tenido mi cuota de historias, cuenta, más o menos fuertes, había conocido el escalofrío y me consideraba definitivamente salvada de esta ceguera. Entonces es cuando vi de nuevo a François, el gran amor de mis 20 años. Había tenido ya el duelo sentimental de este hombre que me había hecho babear, que me había engañado con mis amigas, que me había hecho perder mucho tiempo e ilusiones. Le había dejado, evitado más bien, como una enfermedad de la que me consideraba vacunada. Recaí, sin embargo, muy fácilmente enamorándome de él otra vez, de su voz, de su piel y de sus manías insoportables. Pero tenía, esta vez, experiencia y madurez. Hoy, la sal de mis días es poder dedicarme a esta historia jamás olvidada y que continúa hechizándome como por arte de magia.

Es cuando se baja la guardia, en general, cuando el amor se nos echa encima. Cuando no se piensa en ello.

Silvia se acuerda de su encuentro con Marc, en tratamiento de quimioterapia, sin cabellos, un sólo pecho y diez kilos menos. Esta historia fue sólo un paréntesis, pero un paréntesis de vida y de luz en el fondo del precipicio.

De manera menos dramática, a menudo, nos enamoramos de nuevo cuando estamos en un cambio de vida, comenta Sofía Cadalen, con ocasión de una mudanza, de un cambio de actividad profesional. Paradójicamente, estamos más disponibles cuando no buscamos al otro ser.

De todos modos no tenemos otra elección, salvo la de tratar de inventar una continuación y, si es posible, palpitante. Después de la efervescencia de los principios viene el momento de los grandes descubrimientos, subraya Sofía Cadalen. Hay un paso que hay que negociar, que hay que descubrir y que hay que inventar juntos, lo cual también puede ser apasionante.

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